Cuando alguien que quieres se muere…
«Si nos convertimos en el mar, todos los ríos confluirán con nosotros»...
No es fácil la lectura del extranjero. Quizás porque su profundidad cala fuerte en el abismo personal y esto entorpece el salto a la obra. Arrojarse a la reflexión de esta novela, es también arrojarse a uno mismo como producto de nuestro tiempo. A la miseria de las soledades infinitas, a los rencores xenófobos basados en el miedo. Al profundísimo tedio de aquel que ya no cree en nada. Quizás estos sean algunos de los frutos del nihilismo en los tiempos de decadencia.
Las palabras rotas de la guerra y sus atrocidades, fueron un duro golpe a la humanidad que estaba en los albores de una nueva era. Una Viena pujante y optimista, estaba creando los fundamentos de otras formas de ver al mundo, y en consecuencia habitarlo. De crear otras míticas que dieran forma a otras realidades. Frente a la decadencia que se avizoraba desde esas épocas, hubo críticas y nuevas propuestas para casi todo. El desplazamiento del poder frente a la muerte de Dios, se fue concentrando en algunos súper hombres. Y estos, cada uno en su estilo, se fueron convirtiendo en idénticos. El ejercicio del poder total se basa más en técnicas de control de masas que en una propuesta alternativa de organización social. Estalla la guerra, y con ella se pone a danzar la furia de la humanidad. Como en un arranque de ira, los grandes hombres emprenden el camino de las armas, y las noticias del mundo hablan de héroes, vencedores y vencidos, ataques despiadados y la suspensión de cualquier palabra o criterio que impida matar a otro hombre. Se caía la monarquía, pero aún había reyes y príncipes que carecían de nobleza, pero no de ambiciones de sangre pura. Y al final llegó el fin. Aunque esto aún no termine.
Los daños fueron medidos en dinero, hubo préstamos para reconstruir y saqueos para mantener la reconstrucción. Y los niños de la guerra, alguna vez se convirtieron en hombres. Así veo a Meursault, a Raymond, a Marie. Hasta al viejo Salamano con su perro feo. Y a un sistema de justicia corroído por no creer más en la ley, sino sostener el castigo. Como si fueran las distintas posiciones frente a la desilusión de la propuesta de progreso, de desarrollo, de amor.
Los personajes transitan por la historia como hijos del azar y la tontería. Anestesiados por el sinsentido de la violencia sin límites, no hay espacio de reflexión acerca de sus actos, sin dirección ni motivos, en un vacío de sentir donde el amor no logra ser advertido aunque esté delante de nuestras narices. Laberinto de piedra colmado de ciegos que tan solo pueden ir chocándose entre si.
¿Meursault es libre? ¿O el ensimismamiento e individualismo lo atrapa en la imagen de la pura posibilidad que nunca se cumple? Encontró un lugar cómodo en el mundo, como promesa cumplida del confort, donde no hay espacio para el sufrimiento. Su anestesia no solo cancela el sufrir, sino que también lo deja fuera de la dicha, instalándolo en el tedio de aquel que no se asombra de nada. ¿Es entonces que la falta de compromisos lo hace libre?
El aburrimiento es un detenimiento del espíritu. Quizás el odio y el miedo sus frenos. Quizás esta situación fue la que orilló a Meursault a ayudar a Raymond. Por qué ponerse al servicio de un rufián si no es más que por vencer el aburrimiento en una gesta de odio que no lo cuestione y lo mantenga con el corazón frío. Cualquier causa sostenida por el odio y el resentimiento es tierra yerma para el crecimiento espiritual.
En la extranjeridad todo se hace ajeno. Este punto es quizás el que lo hunde aun más en el vacío y lo excluye hasta de sentirse dueño de su propia vida, teniendo como única meta el pasarla, desde la indiferencia. Sin registro de compromiso, sin afectos en el pasado, sin construcción de futuro, el presente se diluye en un tedio básico. Nada lo asombra. El amor es vivido como la erección, el trabajo como un jefe contento que siga pagando salario, la amistad como la colaboración acrítica en la venganza, a cambio de un poco de compañía. Como un perro que no tiene dueño, ni origen, ni destino. No hay ni dirección ni pertenencia. Los vínculos se definen, no por el desarrollo dialógico de los personajes, si no por simple obsecuencia. Quizás la sumisión sea una forma de evadir el discurso del corazón. Así es como los personajes avanzan en la historia con sus ojos vendados y sus corazones amordazados. Solo dejándose llevar por las circunstancias de su entorno hacia una calamidad que por repetitiva podía predecirse. No es gratuito vejar a una mujer musulmana si no se es su dueño. Y estos eran los actos de Raymond y la colaboración de Meursault. ¿Será que frente a tal sin sentido Meursault hallo algo por qué luchar? ¿Será que por fin encontrara una experiencia que lo espabile y le otorgue algo de sabor a su vana existencia? ¿Sentirse importante para alguien? ¿Pertenecer al campo de interés de otro y recibir su reconocimiento? ¿Por qué esto no sucede con Marie? ¿Por qué es una mujer, y como dice Raymond, “entre hombres nos entendemos”?
En medio de la confusión y empujados otra vez por el miedo, Meursault, Raymond y Masson avanzan implacables, unidos por el mismo odio, hacia la tragedia que los esperaba. Sufrir la venganza del árabe como respuesta a la venganza de Raymond era inaceptable. Quizás hayan sentido algo que los unía más allá de las historias individuales, en el discurso de razas e incomprensión hacia los diferentes. O una oportunidad privilegiada para desfogar sus odios en violencia. Cuatro tiros de pistola dieron fin a este asunto, que por azar o destino fueron ejecutados por Meursault. Un muerto: el árabe. Y así, por el encandilamiento del sol y el dolor de cabeza, la tontería da comienzo a nuevos caminos para él, quizás el que había evitado, con el que nunca había topado en toda su vida: los de la responsabilidad y el castigo.
De aquí en adelante, en la segunda parte de la historia, las decadencias individuales se insertan en la decadencia social. El aparato de justicia olvida al rigor de ley para dar paso al juicio moral. La utilización del derecho se convierte más que en la búsqueda de la justicia, en la retórica del aleccionamiento. El fiscal argumenta y sostiene la criminalidad de Meursault no tanto por haber matado a alguien, sino en el análisis de sus afiliaciones religiosas, su formas de vivir, y en especial por la indolencia mostrada frente a la muerte de su madre. Además de ese otro proceso para un parricida, gran oportunidad para una lección a la sociedad. ¿Cómo habrían sido los comentarios periodísticos frente a estas ejecuciones? ¿El de alguien que no quiere a su madre y el de alguien que ha matado a su papá?
Mediante la imposición, Meursault fue perdiendo ímpetu. La soledad y el encierro lo fueron hundiendo en otro tedio, y entendió que la vida era solo cuestión de costumbre. Su intransigencia lo fue arrinconando en la indiferencia, y ya nadie entendía a nadie. El fiscal solo buscaba que fuera aniquilado. No había argumento que pudiera salvarlo. Meursault encandilado por el sol, el fiscal encandilado por los actos inmorales de su vida privada. Y nadie hablaba del árabe.
Frente a un juzgado que parece el de Alicia, la lógica del derecho se suspende, para que el prejuicio y la tontería autorizaran en favor de “la Justicia” que se asesine al asesino. Meursault entendió que no había salida. Su muerte era inminente. Entonces empezó a cuestionarse y enjuiciarse internamente como lo haría su fiscal, y alienado por el sistema el también se condenaba culpable.
En el triunfo más profundo de la soledad y la indiferencia, se entrega al odio social, en un acto de sacrificio para que todo siga igual.
"Alcanza la total vacuidad para conservar la paz. De la aparición bulliciosa de todas las cosas, contempla su retorno. Todos los seres crecen agitadamente, pero luego, cada una vuelve a su raíz. Volver a su raíz es hallar el reposo" Tao Te King
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